Programa 1x13
Evento Tunguska. Enigma en Siberia.
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1x13 Evento Tunguska. Enigma en Siberia.
1x12 Rendlesham Forest. OVNIS y militares
1x11 Los OVNIS en la sierra de Madrid
1x10 Los curiosos fuegos de Laroya
1x09 El extraño caso del cabo Valdés
1x08 Las luces de Lubbock
Nuevo elemento
1x07 Crímenes rituales: El exorcismo del Albaicín
1x06 El monstruo de Flatwoods - Hipótesis Feschino
1x05 Las apariciones de Garabandal
1x04 Conspiración y fantasmas en el hotel Corona de Aragón
1x03 "El Ente" ¿Qué hay de cierto?
1x02 Luces, humanoides e infiltrados. Caso Conil.
1x01 El encuentro del vuelo IB-249
HISTÓRICO DE PROGRAMAS
¡Hola! ¿Ya has llegado? Espero que estés bien. Te doy la bienvenida a mi rincón, donde entre libros, documentos, legajos, y cajones llenos de pruebas y objetos asombrosos, repaso junto a ti los más misteriosos sucesos. Hoy te traigo un caso de esos que tienen muchas explicaciones y por una cosa o por otra, nunca terminan de estar cerrados, pues siempre hay algo que no termina de casar. Quizá sea uno de los misterios más populares a nivel internacional. Y quizá sea precisamente ese halo de misterio el que hace que el tema encaje en la trama, real o ficticia de una amplia variedad de películas, novelas, comics, series e incluso videojuegos. Porque este caso tiene su propio videojuego. También hay bastante literatura más técnica, aunque como siempre, poca en español. Y han sido numerosos los investigadores y científicos que se han metido en el asunto. Eso sí. En realidad, pocos se ponen de acuerdo, y en muchos casos, cada uno maneja sus propios datos. Los hay más estrictos, científicos, rígidos, y los hay más arriesgados, aventurados, e incluso fantásticos o poco rigurosos. El caso, para qué negarlo, también es carne de documental: Preciosos paisajes, una historia misteriosa, un desastre natural inexplicado de proporciones apocalípticas, muchas teorías, unas serias y otras rocambolescas,… Así que las cadenas de documentales de domingo por la tarde tienen entre sus producciones, por lo menos un documental sobre el particular. Después de más de 110 años guardando la incógnita, este misterio sigue siendo actualmente investigado, y ha llegado a convertirse en "el caso" de muchos investigadores. Reconozco que hay algo atractivo en él. Si te mueve el interés científico, evidentemente te puede atrapar. Por mil razones. Si te mueve la historia, también. El contexto me parece muy interesante: Una explosión que registran sismógrafos de todo el mundo, y que ocurre en un lugar tan apartado y en un país tan convulso que ninguna expedición visita el lugar hasta dos décadas después, mientras que a principios del siglo XX, los nómadas que habitan en la zona explican el suceso como la ira del Dios del trueno, y dan por maldito el lugar, no volviéndolo a pisar. Si eres fanático del misterio, la conspiración y los fenómenos extraños, puedes dedicar toda una vida a elucubrar causas, motivos y argumentos. Las huellas físicas del desastre sobre el terreno están prácticamente borradas. La exuberante selva siberiana se han encargado de taparlas. Ha pasado tiempo suficiente para que no queden testigos directos del evento, y los que hablan son los hijos de los testigos. Pero el simple nombre del suceso sigue rugiendo en la mente. Suena a salvaje, a indomable. Suena a enigma y a destrucción. ¿A qué te suena a ti? Tun - Gus - Ka ¿Quieres repasar conmigo aquel acontecimiento? Pues dame un momento para que mientras te acomodas te prepare una taza de té caliente, que te vendrá perfecto para enfrentarte al frio siberiano. Hoy vamos a viajar a uno de los entornos más inhóspitos, remotos y agresivos que podemos encontrar en este nuestro planeta, al que llamamos tierra. Un paisaje salvajemente bello. Una zona sin carreteras, a la que solo se puede acceder por rio, cuando este es navegable durante parte del verano, que nunca dura más de tres meses al año. Pero no nos engañemos, el verano no significa que las cosas sean más fáciles. El deshielo conlleva que el suelo del bosque que con nieve puede ser atravesada por trineos, se convierta en un terreno fangoso intransitable e infestado de agresivos mosquitos. El resto del año, las aguas del rio permanecen congeladas y el nada amigable clima regala a los escasos moradores de esas tierras con temperaturas que pueden perfectamente llegar a ser inferiores a los 40 grados bajo cero. Es aquí, en la meseta central siberiana, donde las coníferas que forman el bosque boreal, la llamada Taiga, dominan la mayoría del entorno. Son tierras a las que se desterraba a los exiliados. Donde prácticamente se les condenaba a la soledad y el ostracismo. Para que te hagas una idea de lo desangelado de la ubicación, aunque actualmente está integrada en el Krai de Kasnoyarsk, por ceñirnos más al entorno concreto, te voy a hablar de la antigua región de Evenkia, que tenía una densidad de población de 0,02 habitantes por metro cuadrado en 2007, por lo cual deduciremos que probablemente en 1908, cuando sucedió lo que me dispongo a narrarte, fuese aún menor. El pueblo más cercano al epicentro del evento, a unos 60 km del mismo y junto al río Tunguska Pedregoso, se llama Vanavara y cuenta hoy en día con unos 2.900 habitantes. Pero a principios del siglo XX no era más que un pequeño asentamiento de pastores. Y no hablo de epicentro por hablar, pues aunque este tuvo lugar en ese punto concreto de la taiga , los efectos del suceso se sintieron en gran parte del globo. Todo comenzó la mañana del 30 de junio de 1908. Es posible que si lees documentación originariamente rusa, la fecha que conste sea el 17 de junio. No se trata de un error. Simplemente es porque Rusia utilizó el calendario juliano hasta febrero de 1918. A gran altura sobre el Océano Índico, un enorme objeto penetra las capas superiores de la atmósfera. Con una larga trayectoria se dirige hacia el norte, pasan a velocidad supersónica sobre las cumbres del Himalaya. Al ir descendiendo su altitud debido a la gravedad terrestre, llega a capas más densas de la atmósfera, y comienza a producirse calor a causa de la fricción. El objeto, ya incandescente se deja ver por primera vez sobre la China Occidental, y se dirige hacia Mongolia sobrevolando el desierto del Gobi como una imponente bola de fuego. Posteriormente llega a Rusia Central, donde ya lo acompaña un rugido ensordecedor. La onda balística que precede al objeto, ya se deja percibir desde el suelo, derribando árboles, chozas, hombres y animales. Finalmente, a las 7.17 de la mañana, una zona boscosa y remota a unos 60 kilómetros del rio Tunguska, sufre las consecuencias de una explosión apocalíptica. Sismógrafos de todo el mundo registraron la detonación. Incluso desde Estados Unidos o Indonesia. Al instante, una columna de fuego se elevó en el cielo siendo vivible a varios cientos de kilómetros de distancia. Después una suerte de truenos que llegaron a escucharse a 800 kilómetros reventaban los tímpanos de algunos pastores que se encontraban no demasiado lejos. Acompañando la columna de fuego, una imponente corriente térmica abrasó las altas coníferas, provocando en la taiga incendios que tardarían varios días en apagarse. En el poblado de Vanavara, sus habitantes se protegían como podían de la repentina ola abrasadora cuando una onda expansiva levantó tierra, derribó techos, destrozó ventanas y lanzó personas. 600 Km al suroeste, en Kansk, durante tres veces en un plazo de dos minutos, la gente cayó de sus barcas en el río Kan y en la recién construida estación del Transiberiano, puertas y ventanas fueron sacudidas por el impacto. A unos kilómetros de la estación, los viajeros del tren botaban en sus asientos por las sacudidas del tren. El maquinista activó el freno y detuvo el tren cuando vio que los raíles se ondulaban. En la región de Tunguska, se empezaban a formar oscuras y espesas nubes a más de 15.000 metros de altura, con todo el polvo succionado por el vórtice de la explosión, a la vez que una lluvia negra comenzaba a caer. Desde la Rusia del zar Nicolás II, no salió al resto del mundo ninguna información sobre la explosión, de hecho, esta ni siquiera apareció en la prensa de San Petersburgo, entonces capital, donde se entendieron las alteraciones sismográficas como temblores de tierra. Por esta razón, los científicos y la prensa de Europa y Estados Unidos no pudieron hacer otra cosa que especular sobre el posible origen de las extrañas perturbaciones magnéticas y meteorológicas que se dieron tras la explosión. Se percibieron extrañas luces nocturnas en los cielos, debidas a las altas masas de polvo iluminadas por el sol desde más allá del horizonte por toda Europa, llegándose a ver incluso desde España. En algunas zonas fueron tan intensas que durante toda la noche, se podían hacer fotografías y leer el periódico. También se registraron alteraciones de los imanes de las brújulas. Y en Inglaterra, durante un lapso de 20 minutos en seis estaciones meteorológicas los barógrafos, que son como los barómetros, pero que registran sus resultados como lo hacen los sismógrafos, dejaron constancia de repentinas fluctuaciones en la presión atmosférica. Oficialmente, hubo varios heridos y un solo fallecido: Un hombre que salió disparado contra un árbol y se dio un mal golpe. Pero si nos fiamos más de los humildes habitantes de la taiga que de los datos oficiales, según los miembros de la etnia Evenk, de origen mongol , y que en la zona son conocidos como Tungus, fueron muchos los fallecidos, tanto en un primer momento por la explosión como después debido a extrañas enfermedades. Sucesos como la primera guerra mundial, la situación previa y posterior en Rusia, la desinformación, y lo remoto del lugar, hicieron que hasta 1921 no se organizara una expedición oficial a investigar la zona. Y dicho sea de paso, más que interés científico, fue por interés económico, pues lo que organizó el gobierno, a través de la Academia de Ciencias y siguiendo las huellas de un proyecto norteamericano que intentó hacer lo mismo con el cráter de Arizona, fue una búsqueda de los meteoritos caídos en Rusia con la intención de rentabilizar raros minerales que aparecen en meteoritos como el platino o el iridio, que suelen acompañar al hierro o al níquel, principales componentes de estos. Al frente de esa primera exploración en busca de meteoritos estuvo Leonid Alekséievich Kulik. Científico de renombre que ejercía su labor como especialista en meteoritos en el Museo Mineralógico de Petrogrado. San Petersburgo significaba ciudad de san pedro, pero sonaba a alemán, y durante la guerra la rebautizaron como Petrogrado, que significaba "ciudad de Pedro", ya en ruso. Posteriormente como homenaje a Lenin tras su muerte, se llamó Leningrado hasta que en 1991 volvió a llamarse San Petersburgo. Recabando información para preparar estas expediciones, Kulik encontró algún artículo de prensa local de la época, que le hizo suponer que quizá en 1908 había tenido lugar en medio de la taiga, la caída de un gran meteorito, que por las proporciones que narraban los testigos, prometía ser un verdadero filón de riqueza para la maltrecha economía rusa. En 1021, como te he mencionado, Kulik puso en marcha una expedición hacia el recóndito corazón de Siberia. Pero algo salió mal en sus cálculos. Las informaciones de las que disponía le llevaron junto a su equipo en un viaje en Transiberiano desde Petrogrado. Pasaron por Omsk, Tomsk, Karsnoyarsk y concluyeron su viaje en Kansk. Pero este viaje fue una de cal, y otra de arena: Por un lado recogió interesantes testimonios que le dieron más información sobre el suceso. Por otro, se dio cuenta de que no había dado en la diana con el lugar, y recalculó, concluyendo que el epicentro del evento había tenido lugar más al norte, más cerca del río Tunguska. La expedición había llegado a su final, y el grupo volvió a Petrogrado. Su búsqueda no continuaría hasta 6 años después. Durante todo ese tiempo, Kulik siguió recopilando datos sobre el evento. A través de información de otros investigadores y declaraciones de testigos, se reafirmó en su teoría sobre el punto de caída en la zona del río Tunguska, y decidió que la nueva expedición tendría que realizarse en primavera, cuando la zona fuese más accesible. La información que recibía, evidentemente era trigo y paja. Había datos interesantes, como que a tres o cuatro días de camino de Vanavara se llegaba a una gran zona de bosque arrasado. Pero también corrían rumores y supersticiones que hablaban del enfado del dios del trueno, Odgy. Finalmente en Febrero de 1927 Kulik partió nuevamente desde Leningrado. En esta expedición, el investigador, acompañado de un ayudante, viajó en transiberiano rumbo al este hasta la estación de Taishet. Nuevamente por la zona recogieron testimonios de estruendos, una bola de fuego, explosiones, objetos caídos al suelo y ventanas rotas. En marzo, después de reunir provisiones y equiparse, aprovechando la breve ventana de tiempo que daba la primavera, se internaron en la taiga en dirección a Vanavara. El viaje en invierno hubiera sido imposible con toda la nieve. Y en verano, con esta totalmente derretida, como ya te he mencionado, el suelo de la taiga se convertía en un pantano fangoso infestado de unos mosquitos a los que por su tamaño se llamaba "lagartos voladores". A finales de Marzo llegaron a Vanavara, a orillas del río Tunguska. Lo consiguieron tras un duro camino para el que prácticamente no había mapas, y si los había no eran muy precisos. Un recorrido en trineo tirado por caballos por un difícil e irregular terreno, en el que debido a la latitud a la que se encontraban, la brújula no era demasiado útil. Tras contratar un guía local, comenzó el proceso de recabar información entre los tunguskos de la zona. Aquí, más cerca de la zona de la explosión, los efectos fueron mucho mayores, con un abrasador calor y las personas lanzadas a varios metros de distancia. Los lugareños no mostraban mucho interés por hablar del tema, y mucho menos por acercarse a la zona de la explosión. Pues el castigo del Dios Trueno ya había dejado bastantes daños en la explosión y matado muchos renos, y temían que si seguían molestándole, impidiese el deshielo en primavera. No existían caminos para internarse en el bosque, por lo que el día 8 de abril partieron de Vanavara vadeando ríos y atravesando pantanales y bosque. Por el camino ñadieron un nuevo tungusko a la expedición. Finalmente, tras un dura ruta, al borde del rio Makirta pudieron observar la devastación causada por la explosión. Todo lo que la vista alcanzaba a ver en la zona altas de la ribera eran troncos y ramas de pinos y abedules arrancados por la deflagración. Continuaron avanzando hacia el norte. Los árboles derribados de cuajo, con las raíces hacia el norte y las copas hacia el sur eran cada vez más abundantes, y prácticamente les iban indicando el camino hacia el epicentro de la explosión. Llegó un punto en el que los troncos, además de estar arrancados, tenían huellas de quemaduras. No con el aspecto de causadas por un incendio, sino como si hubiesen sido carbonizados por una repentina e instantánea onda de fuego. Desde la altura del cerro Khladni pudieron observar que aunque los casi 20 años pasados habían hecho que nuevo bosque comenzase a crecer, era evidente era el mar de troncos arrancados, requemados y con las raíces hacia el norte y las copas hacia el sur. Kulik no consiguió convencer a sus guías para que continuasen camino, pues estos se manifestaron temerosos de la ira del dios trueno. Por lo que no le quedó más remedio que volver a Vanavara. El 30 de abril, tras contratar nuevos guías, volvieron a partir, pero esta vez hicieron en trineo el camino hasta el rio Chambre y allí construyeron balsas para acercarse por agua, por un camino que tampoco era fácil, lo más posible hacia el área del impacto. Cuando no pudieron avanzar más por el cauce, cargados de material, caminaron hasta llegar el 20 de mayo a la zona devastada. Durante una semana más, se abrieron paso, prácticamente a hachazos por entre los árboles derribados hasta que finalmente establecieron el campamento en un valle cercano a la desembocadura del rio Churgima. Tiempo después, ya empezado Junio, haciendo exploraciones diarias, en el entorno de lo que los guías denominaban "el pantano sur" se percató de que en una zona del mismo, los troncos no se encontraban derribados, sino que se mantenían de pie. Igualmente quemados y desramados, pero erguidos. Haciendo honor a la similitud, esta zona del pantano se bautizó como "Bosque de postes de telégrafo" Kulik no consiguió encontrar el gran cráter que supuestamente cabría esperar de una explosión de esa envergadura. La tierra y el fango parecían haber sido empujadas en ondas, como si fuesen olas, y en algunos espacios se veían extraños "agujeros planos" de varios metros de diámetro y profundidad. Estos finalmente fueron explicados con el derretimiento de los hielos del permafrost y el hundimiento del terreno. También revisó algunas grietas pero nada similar a lo que cabría esperar de un impacto de meteorito capaz de crear semejante destrucción. Intento entonces teorizar con que el efecto del pantano había sido absorber los fragmentos del meteorito que se hallarían bajo tierra, aunque esto no tenía mucho que ver con los impactos meteóricos conocidos. La pequeña expedición no llevaba equipos de perforación, y ante la escasez de alimentos y la llegada del deshielo total del verano, emprendieron el regreso hacia Vanavara, llegando tan al límite, que en alguna ocasión, sobre todo al final del camino, casi sucumben a la tentación de sacrificar uno de los caballos para alimentarse. Eran los últimos días de Junio de 1927 El regreso de Kulik con pruebas del impacto despertó gran interés en los círculos científicos de la época, pues muchos calificaban la expedición como una pérdida de tiempo a la caza de leyendas o incluso una misión suicida en la que dejar la salud o la vida. La misteriosa explosión saltó a las principales revistas científicas, las de astronomía, y al Times de Londres y el New York Times. A medida que se daba difusión internacional al suceso, iban revisándose los registros sismográficos y meteorológicos de 1908, y aquellas extrañas lecturas empezaban a tener sentido. Durante varios años se realizaron nuevas expediciones a la zona, lideradas por Kulik. En la siguiente se tomaron lecturas magnéticas que no desvelaron la presencia en principio de meteoritos enterrados. Y la de 1929, mejor equipada, permaneció 18 meses en la zona, realizando prospecciones hasta a 30 metros de profundidad, sin poder demostrar la teoría de los meteoritos enterrados de Kulik. Ya a principios de los años 30, dos reputados astrónomos, el inglés Francis John Welsh Whipple, y el ruso I. S. Astapovic, llegaron por caminos diferentes a la misma conclusión, y surgía la segunda hipótesis sobre el evento de Tunguska. El meteorito no era tal, sino un cometa gaseoso que al momento del impacto se había desintegrado sin provocar cráter. Los cometas suelen consistir en un núcleo de hielo, metano y amoniaco, polvo, hierro,… Y cuando pasan cerca del sol en su órbita, parte de los materiales que componen ese núcleo, se subliman. Es decir, pasan directamente de estado sólido a gaseoso. Estos materiales, gases y polvo, forman la cola del cometa. Si en la teoría del meteorito no cuadraba la inexistencia del cráter, en esta no cuadraba que el cometa no hubiese sido visto en su llegada, más aun, teniendo en cuenta que el tamaño de los cometas suele variar entre 0 y más de 50 km. La última expedición de Kulik a la zona del evento fue en 1939. Se había construido una pequeña pista de aterrizaje cerca de Vanavara, y se aprovechó para realizar fotografías aéreas. Aunque estas se realizaron en verano, con los árboles caducifolios con hoja, y esto no permitía ver perfectamente los árboles arrancados, tuvieron confirmación a vista de pájaro de que en la zona, en la que todo coincidía para ser considerada el epicentro de la explosión no había resto de cráter o impacto. En total, la superficie de Taiga afectada directamente por la explosión era de unos 2000 kilómetros cuadrados, con un cálculo de 80 millones de árboles arrancados. Tras todas estas comprobaciones, Kulik comenzó a elucubrar la teoría de que el objeto que hubiese protagonizado el evento, quizá no había impactado en tierra, sino que había explotado a cierta distancia sobre el suelo. Nuestro aventurero no tuvo mucho más tiempo para profundizar en su hipótesis, pues en 1941, al comienzo de la invasión nazi en Rusia, se unió como voluntario a la Milicia Popular de Moscú. En octubre fue apresado por los alemanes, e internado en un campo de concentración, donde falleció enfermo de fiebres tifoideas el 24 de abril de 1942. Una teoría diferente fue promulgada por Alexander Kazantsev. Este investigador e ingeniero siberiano, que tenía 2 años cuando a más de 2000 km de su casa tuvo lugar la explosión, estudió en Tomsk y en Omsk, ciudades en las que el evento de Tunguska despertaba interés. En agosto de 1954, el mundo tuvo conocimiento de la devastación que podía causar una bomba nuclear cuando la bomba de Hiroshima explotó a 600 metros de altura. Kazantsev fue uno de los científicos rusos que pudieron visitar la zona algún tiempo después de ser bombardeada, y lo que vio rompió todos sus esquemas o aclaró todas sus dudas, según se mire. Todo cuadraba entre las declaraciones de los testigos de Hiroshima y Tunguska. En la ciudad japonesa como en la taiga, había un grupo de árboles, carbonizados, pero aún en pie en medio de toda la desolación que había derribado edificios en Hiroshima y pinos y abedules en Tunguska. Esto tenía sentido. Si la explosión se había producido en lo alto, al recibir la onda justo de arriba hacia abajo los árboles no hubiesen caído. No así los que la hubiesen recibido con cierta inclinación, golpeando al árbol de lado. También coincidían una primera explosión de luz abrasadora seguida de un golpe de aire a alta temperatura, la lluvia negra posterior, la nube en forma de hongo… ¿Pero cómo era explicable una explosión nuclear en Siberia 40 años antes de inventarse la bomba atómica? Kazantsev, que siempre había estado fascinado con Marte, utilizó la revista Vokrug Sveta (Alrededor del mundo) para hacer pública su teoría. Una nave extraterrestre marciana, que se encontraba en la tierra para recoger agua en el lago Baikal, que es la mayor masa de agua dulce del planeta, había sufrido un percance y había explotado sobre la taiga. Sabemos que esta teoría no habría tenido actualmente cabida en ninguna publicación científica de renombre, pero esta revista, como muchas otras en la época mezclaba hechos científicos con ciencia ficción. Además, no hay que olvidar que Kazantsev era un reputado científico y tecnólogo, pero a su vez supo mantener en todo momento el equilibrio entre realidad y ciencia ficción. En su libro "Un visitante del cosmos", su teoría aparece novelada y el protagonista, el científico Krymov, asegura que los marcianos murieron durante el viaje, y su nave, sin control, se quemó al entrar en la atmósfera a alta velocidad, explotando su combustible atómico sobre Siberia. En el entorno científico de la época hubo todo tipo de reacciones ante la teoría. Los que decían que era imposible y se aferraban a la idea del meteorito, y los que opinaban , que con la teoría de Kazantsev las piezas de las consecuencias encajaban. Solo faltaba por cuadrar la existencia de los marcianos, para confirmar el origen de la explosión. Pero bueno, ¡no sería la primera vez que un autor de ciencia ficción se adelantaba a la ciencia ortodoxa! Tras las expediciones a Tunguska entre 1950 y 1960, en las que se analizó profusamente el bosque quemado, Aleksei Vasilevich Zolotov, señaló que las zonas quemadas y sin quemar siguen un patrón que indica que la combustión de los árboles fue causada por la radiación luminosa de la explosión, apreciándose en las zonas de directa exposición, y no en las que se encontraban a la sombra. Esto mismo se pudo apreciar en Hiroshima, donde las personas tenían quemaduras en el lado dirigido hacia el centro de la explosión y no en el que quedaba a su sombra. De hecho, a partir de 1500 metros del lugar en el que cayó la bomba, la propia ropa había servido de escudo contra ese luminoso calor radiante. Y por si fuera poco, se iban añadiendo nuevos ingredientes al cóctel de cosas que explicar. Al observar los árboles que habían quedado en pie, se observaba una importante variación en el crecimiento de los troncos. Los anillos que marcan los años eran hasta 10 veces más gruesos que antes de la explosión. Hubo quien lo relacionó con que tras el desastre, los campos quedaron más despejados, y los árboles disponían de más luz y espacio, mientras que por otro lado, el suelo se benefició con el aporte de nutrientes que supuso los restos en descomposición de los árboles caídos. Pero estudios en la época de Zolotov, hablan de elementos radiactivos como el estroncio 90 en las capas de tronco posteriores a 1908. Hoy en día hay investigaciones sobre el hecho de que en zonas expuestas a la radiación, como Chernóbil, la vegetación presenta una exuberancia y rapidez de crecimiento fuera de lo normal. Zolotov, junto con otros científicos también concluyó en base a sus investigaciones sobre la distribución de las quemaduras en los árboles, que la explosión se había producido a unos 3000 metros de altura. Pero esa conclusión no fue unánime entre todos los científicos: Igor Timofeevich Zotkin y Mikhail Andreevich Tsikulin diseñaron una maqueta a escala de la zona de la explosión, con pequeñas estacas simulando los árboles que se caían a la más suave brisa. Probando con pequeñas explosiones a diferentes alturas, vieron que el patrón de caída de los árboles de la zona del evento se reproducía cuando la explosión se daba con un ángulo respecto al horizonte de entre 27 y 30 grados. Lo cual indicaba una altura de unos 8000 metros. Gari Zenkin, por su parte, situó el centro emisor a 1500 metros al sudeste del supuesto epicentro de la explosión y a una altura de 5000 metros. Evidentemente, al variar según la teoría, si la explosión fue contra la tierra o en altura, y la composición del objeto que causó el desastre, también cambiaban las dimensiones de este, su velocidad y la potencia de la explosión necesaria para causar los estragos. A lo largo de mi recopilación de datos he visto de todo: 5 megatones. 12 megatones, 30, 100, 200,… Unos pocos metros de diámetro, unas decenas de metros, cientos de metros, uno, dos, o varios objetos… y lo mismo con las velocidades. Buscando datos he llegado incluso a leer que la explosión de Tunguska es el sonido más fuerte escuchado en la tierra desde que existe el hombre, con una intensidad de 300 decibelios. Así que entrar en detalles sobre esto podría ser infinito y en realidad improductivo, pues al final sería cuestión de ir ajustando tamaño y masa, aceleración, altura y potencia de la explosión, para que el resultado de la ecuación fuesen los daños que ya conocemos. Si te parece, vamos a aplicar la comparación con un evento posterior que ha sido estudiado con la tecnología de la que se dispone actualmente: El bólido de Cheliábinsk llegó a la tierra el 15 de febrero de 2013 a las 9:20 de la mañana en la zona sur de los Urales. Se le estima un tamaño de 17x15 metros, con una masa de 10.000 toneladas al entrar en la atmósfera con una velocidad de 18.6 Km/s, lo que significa la friolera de 64.800 Km/h. De desintegró a los 32.5 segundos de entrar en la atmósfera terrestre a unos 20.000 metros de altura, generando una explosión de 500 kilotones, que es medio megatón. El equivalente a 30 veces la bomba de Hiroshima. Pese a no ser muy grande, explotar a gran altura, y provocar menos extensión de daños que el evento de Tunguska, unas 6 toneladas de material del bólido alcanzaron el suelo, incluyendo un fragmento de 650 kilogramos. ¿Es extrapolable el bólido de Cheliábinsk a lo que ocurrió en Tunguska? Hasta ahora, si no recuerdo mal, hemos barajado la posibilidad del meteorito, la del cometa, y la hipótesis de la explosión nuclear de una nave espacial en apuros. Pero no creas que todo termina aquí. Las teorías más o menos científicas y más o menos probables han continuado surgiendo. Algunas nuevas, otras mezclando las anteriores, y otras simplemente puliendo posibilidades anteriormente estudiadas. En 1991, por primera vez una expedición extranjera pisó de manera oficial la zona del evento. Se trató de un grupo de investigación de la Universidad italiana de Bolonia, liderados por el físico Giuseppe Longo. Su hipótesis de trabajo era que un meteorito o un cometa, no lo tenían claro, había explotado en el cielo, y su desintegración en la atmósfera explicaba la ausencia de un gran cráter, pero no totalmente la de residuos, que buscaron durante tiempo. Sí que se encontraron materiales microscópicos compatibles con origen meteorítico, pero ninguna prueba realmente irrefutable. Ya en 2007, los italianos plantearon la posibilidad de que el lago Chetco, del que no había informes de su existencia hasta las primeras expediciones, podía haber sido creado por el impacto de uno de esos fragmentos de meteorito, pues además, a diferencia del resto de lagos de la zona, tenía forma de embudo, era casi redondo, y las lecturas indicaban sedimentos en el fondo. Los rusos, en 2017 , indicaron que la no mención de un lago en una zona apenas cartografiada, no significaba que ese lago no existiese previamente. Además, afirmaron haber estudiado los sedimentos en el fondo del Chetco, y estos tenían una antigüedad de por lo menos tres siglos, aunque podía ser mucho mayor. La expedición de la Universidad de Boloña también estudió la conocida como "Piedra de John" En 1972, el investigador John Anfinogenov encontró una curiosa roca en el entono de la explosión. Mide dos metros de largo, por metro y medio de ancho y un metro de alto, y su peso se estima en 10 toneladas.
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¡Hola! ¿Ya has llegado? Espero que estés bien. Te doy la bienvenida a mi rincón, donde entre libros, documentos, legajos, y cajones llenos de pruebas y objetos asombrosos, repaso junto a ti los más misteriosos sucesos. Hoy te traigo un caso de esos que tienen muchas explicaciones y por una cosa o por otra, nunca terminan de estar cerrados, pues siempre hay algo que no termina de casar. Quizá sea uno de los misterios más populares a nivel internacional. Y quizá sea precisamente ese halo de misterio el que hace que el tema encaje en la trama, real o ficticia de una amplia variedad de películas, novelas, comics, series e incluso videojuegos. Porque este caso tiene su propio videojuego. También hay bastante literatura más técnica, aunque como siempre, poca en español. Y han sido numerosos los investigadores y científicos que se han metido en el asunto. Eso sí. En realidad, pocos se ponen de acuerdo, y en muchos casos, cada uno maneja sus propios datos. Los hay más estrictos, científicos, rígidos, y los hay más arriesgados, aventurados, e incluso fantásticos o poco rigurosos. El caso, para qué negarlo, también es carne de documental: Preciosos paisajes, una historia misteriosa, un desastre natural inexplicado de proporciones apocalípticas, muchas teorías, unas serias y otras rocambolescas,… Así que las cadenas de documentales de domingo por la tarde tienen entre sus producciones, por lo menos un documental sobre el particular. Después de más de 110 años guardando la incógnita, este misterio sigue siendo actualmente investigado, y ha llegado a convertirse en "el caso" de muchos investigadores. Reconozco que hay algo atractivo en él. Si te mueve el interés científico, evidentemente te puede atrapar. Por mil razones. Si te mueve la historia, también. El contexto me parece muy interesante: Una explosión que registran sismógrafos de todo el mundo, y que ocurre en un lugar tan apartado y en un país tan convulso que ninguna expedición visita el lugar hasta dos décadas después, mientras que a principios del siglo XX, los nómadas que habitan en la zona explican el suceso como la ira del Dios del trueno, y dan por maldito el lugar, no volviéndolo a pisar. Si eres fanático del misterio, la conspiración y los fenómenos extraños, puedes dedicar toda una vida a elucubrar causas, motivos y argumentos. Las huellas físicas del desastre sobre el terreno están prácticamente borradas. La exuberante selva siberiana se han encargado de taparlas. Ha pasado tiempo suficiente para que no queden testigos directos del evento, y los que hablan son los hijos de los testigos. Pero el simple nombre del suceso sigue rugiendo en la mente. Suena a salvaje, a indomable. Suena a enigma y a destrucción. ¿A qué te suena a ti? Tun - Gus - Ka ¿Quieres repasar conmigo aquel acontecimiento? Pues dame un momento para que mientras te acomodas te prepare una taza de té caliente, que te vendrá perfecto para enfrentarte al frio siberiano. Hoy vamos a viajar a uno de los entornos más inhóspitos, remotos y agresivos que podemos encontrar en este nuestro planeta, al que llamamos tierra. Un paisaje salvajemente bello. Una zona sin carreteras, a la que solo se puede acceder por rio, cuando este es navegable durante parte del verano, que nunca dura más de tres meses al año. Pero no nos engañemos, el verano no significa que las cosas sean más fáciles. El deshielo conlleva que el suelo del bosque que con nieve puede ser atravesada por trineos, se convierta en un terreno fangoso intransitable e infestado de agresivos mosquitos. El resto del año, las aguas del rio permanecen congeladas y el nada amigable clima regala a los escasos moradores de esas tierras con temperaturas que pueden perfectamente llegar a ser inferiores a los 40 grados bajo cero. Es aquí, en la meseta central siberiana, donde las coníferas que forman el bosque boreal, la llamada Taiga, dominan la mayoría del entorno. Son tierras a las que se desterraba a los exiliados. Donde prácticamente se les condenaba a la soledad y el ostracismo. Para que te hagas una idea de lo desangelado de la ubicación, aunque actualmente está integrada en el Krai de Kasnoyarsk, por ceñirnos más al entorno concreto, te voy a hablar de la antigua región de Evenkia, que tenía una densidad de población de 0,02 habitantes por metro cuadrado en 2007, por lo cual deduciremos que probablemente en 1908, cuando sucedió lo que me dispongo a narrarte, fuese aún menor. El pueblo más cercano al epicentro del evento, a unos 60 km del mismo y junto al río Tunguska Pedregoso, se llama Vanavara y cuenta hoy en día con unos 2.900 habitantes. Pero a principios del siglo XX no era más que un pequeño asentamiento de pastores. Y no hablo de epicentro por hablar, pues aunque este tuvo lugar en ese punto concreto de la taiga , los efectos del suceso se sintieron en gran parte del globo. Todo comenzó la mañana del 30 de junio de 1908. Es posible que si lees documentación originariamente rusa, la fecha que conste sea el 17 de junio. No se trata de un error. Simplemente es porque Rusia utilizó el calendario juliano hasta febrero de 1918. A gran altura sobre el Océano Índico, un enorme objeto penetra las capas superiores de la atmósfera. Con una larga trayectoria se dirige hacia el norte, pasan a velocidad supersónica sobre las cumbres del Himalaya. Al ir descendiendo su altitud debido a la gravedad terrestre, llega a capas más densas de la atmósfera, y comienza a producirse calor a causa de la fricción. El objeto, ya incandescente se deja ver por primera vez sobre la China Occidental, y se dirige hacia Mongolia sobrevolando el desierto del Gobi como una imponente bola de fuego. Posteriormente llega a Rusia Central, donde ya lo acompaña un rugido ensordecedor. La onda balística que precede al objeto, ya se deja percibir desde el suelo, derribando árboles, chozas, hombres y animales. Finalmente, a las 7.17 de la mañana, una zona boscosa y remota a unos 60 kilómetros del rio Tunguska, sufre las consecuencias de una explosión apocalíptica. Sismógrafos de todo el mundo registraron la detonación. Incluso desde Estados Unidos o Indonesia. Al instante, una columna de fuego se elevó en el cielo siendo vivible a varios cientos de kilómetros de distancia. Después una suerte de truenos que llegaron a escucharse a 800 kilómetros reventaban los tímpanos de algunos pastores que se encontraban no demasiado lejos. Acompañando la columna de fuego, una imponente corriente térmica abrasó las altas coníferas, provocando en la taiga incendios que tardarían varios días en apagarse. En el poblado de Vanavara, sus habitantes se protegían como podían de la repentina ola abrasadora cuando una onda expansiva levantó tierra, derribó techos, destrozó ventanas y lanzó personas. 600 Km al suroeste, en Kansk, durante tres veces en un plazo de dos minutos, la gente cayó de sus barcas en el río Kan y en la recién construida estación del Transiberiano, puertas y ventanas fueron sacudidas por el impacto. A unos kilómetros de la estación, los viajeros del tren botaban en sus asientos por las sacudidas del tren. El maquinista activó el freno y detuvo el tren cuando vio que los raíles se ondulaban. En la región de Tunguska, se empezaban a formar oscuras y espesas nubes a más de 15.000 metros de altura, con todo el polvo succionado por el vórtice de la explosión, a la vez que una lluvia negra comenzaba a caer. Desde la Rusia del zar Nicolás II, no salió al resto del mundo ninguna información sobre la explosión, de hecho, esta ni siquiera apareció en la prensa de San Petersburgo, entonces capital, donde se entendieron las alteraciones sismográficas como temblores de tierra. Por esta razón, los científicos y la prensa de Europa y Estados Unidos no pudieron hacer otra cosa que especular sobre el posible origen de las extrañas perturbaciones magnéticas y meteorológicas que se dieron tras la explosión. Se percibieron extrañas luces nocturnas en los cielos, debidas a las altas masas de polvo iluminadas por el sol desde más allá del horizonte por toda Europa, llegándose a ver incluso desde España. En algunas zonas fueron tan intensas que durante toda la noche, se podían hacer fotografías y leer el periódico. También se registraron alteraciones de los imanes de las brújulas. Y en Inglaterra, durante un lapso de 20 minutos en seis estaciones meteorológicas los barógrafos, que son como los barómetros, pero que registran sus resultados como lo hacen los sismógrafos, dejaron constancia de repentinas fluctuaciones en la presión atmosférica. Oficialmente, hubo varios heridos y un solo fallecido: Un hombre que salió disparado contra un árbol y se dio un mal golpe. Pero si nos fiamos más de los humildes habitantes de la taiga que de los datos oficiales, según los miembros de la etnia Evenk, de origen mongol , y que en la zona son conocidos como Tungus, fueron muchos los fallecidos, tanto en un primer momento por la explosión como después debido a extrañas enfermedades. Sucesos como la primera guerra mundial, la situación previa y posterior en Rusia, la desinformación, y lo remoto del lugar, hicieron que hasta 1921 no se organizara una expedición oficial a investigar la zona. Y dicho sea de paso, más que interés científico, fue por interés económico, pues lo que organizó el gobierno, a través de la Academia de Ciencias y siguiendo las huellas de un proyecto norteamericano que intentó hacer lo mismo con el cráter de Arizona, fue una búsqueda de los meteoritos caídos en Rusia con la intención de rentabilizar raros minerales que aparecen en meteoritos como el platino o el iridio, que suelen acompañar al hierro o al níquel, principales componentes de estos. Al frente de esa primera exploración en busca de meteoritos estuvo Leonid Alekséievich Kulik. Científico de renombre que ejercía su labor como especialista en meteoritos en el Museo Mineralógico de Petrogrado. San Petersburgo significaba ciudad de san pedro, pero sonaba a alemán, y durante la guerra la rebautizaron como Petrogrado, que significaba "ciudad de Pedro", ya en ruso. Posteriormente como homenaje a Lenin tras su muerte, se llamó Leningrado hasta que en 1991 volvió a llamarse San Petersburgo. Recabando información para preparar estas expediciones, Kulik encontró algún artículo de prensa local de la época, que le hizo suponer que quizá en 1908 había tenido lugar en medio de la taiga, la caída de un gran meteorito, que por las proporciones que narraban los testigos, prometía ser un verdadero filón de riqueza para la maltrecha economía rusa. En 1021, como te he mencionado, Kulik puso en marcha una expedición hacia el recóndito corazón de Siberia. Pero algo salió mal en sus cálculos. Las informaciones de las que disponía le llevaron junto a su equipo en un viaje en Transiberiano desde Petrogrado. Pasaron por Omsk, Tomsk, Karsnoyarsk y concluyeron su viaje en Kansk. Pero este viaje fue una de cal, y otra de arena: Por un lado recogió interesantes testimonios que le dieron más información sobre el suceso. Por otro, se dio cuenta de que no había dado en la diana con el lugar, y recalculó, concluyendo que el epicentro del evento había tenido lugar más al norte, más cerca del río Tunguska. La expedición había llegado a su final, y el grupo volvió a Petrogrado. Su búsqueda no continuaría hasta 6 años después. Durante todo ese tiempo, Kulik siguió recopilando datos sobre el evento. A través de información de otros investigadores y declaraciones de testigos, se reafirmó en su teoría sobre el punto de caída en la zona del río Tunguska, y decidió que la nueva expedición tendría que realizarse en primavera, cuando la zona fuese más accesible. La información que recibía, evidentemente era trigo y paja. Había datos interesantes, como que a tres o cuatro días de camino de Vanavara se llegaba a una gran zona de bosque arrasado. Pero también corrían rumores y supersticiones que hablaban del enfado del dios del trueno, Odgy. Finalmente en Febrero de 1927 Kulik partió nuevamente desde Leningrado. En esta expedición, el investigador, acompañado de un ayudante, viajó en transiberiano rumbo al este hasta la estación de Taishet. Nuevamente por la zona recogieron testimonios de estruendos, una bola de fuego, explosiones, objetos caídos al suelo y ventanas rotas. En marzo, después de reunir provisiones y equiparse, aprovechando la breve ventana de tiempo que daba la primavera, se internaron en la taiga en dirección a Vanavara. El viaje en invierno hubiera sido imposible con toda la nieve. Y en verano, con esta totalmente derretida, como ya te he mencionado, el suelo de la taiga se convertía en un pantano fangoso infestado de unos mosquitos a los que por su tamaño se llamaba "lagartos voladores". A finales de Marzo llegaron a Vanavara, a orillas del río Tunguska. Lo consiguieron tras un duro camino para el que prácticamente no había mapas, y si los había no eran muy precisos. Un recorrido en trineo tirado por caballos por un difícil e irregular terreno, en el que debido a la latitud a la que se encontraban, la brújula no era demasiado útil. Tras contratar un guía local, comenzó el proceso de recabar información entre los tunguskos de la zona. Aquí, más cerca de la zona de la explosión, los efectos fueron mucho mayores, con un abrasador calor y las personas lanzadas a varios metros de distancia. Los lugareños no mostraban mucho interés por hablar del tema, y mucho menos por acercarse a la zona de la explosión. Pues el castigo del Dios Trueno ya había dejado bastantes daños en la explosión y matado muchos renos, y temían que si seguían molestándole, impidiese el deshielo en primavera. No existían caminos para internarse en el bosque, por lo que el día 8 de abril partieron de Vanavara vadeando ríos y atravesando pantanales y bosque. Por el camino ñadieron un nuevo tungusko a la expedición. Finalmente, tras un dura ruta, al borde del rio Makirta pudieron observar la devastación causada por la explosión. Todo lo que la vista alcanzaba a ver en la zona altas de la ribera eran troncos y ramas de pinos y abedules arrancados por la deflagración. Continuaron avanzando hacia el norte. Los árboles derribados de cuajo, con las raíces hacia el norte y las copas hacia el sur eran cada vez más abundantes, y prácticamente les iban indicando el camino hacia el epicentro de la explosión. Llegó un punto en el que los troncos, además de estar arrancados, tenían huellas de quemaduras. No con el aspecto de causadas por un incendio, sino como si hubiesen sido carbonizados por una repentina e instantánea onda de fuego. Desde la altura del cerro Khladni pudieron observar que aunque los casi 20 años pasados habían hecho que nuevo bosque comenzase a crecer, era evidente era el mar de troncos arrancados, requemados y con las raíces hacia el norte y las copas hacia el sur. Kulik no consiguió convencer a sus guías para que continuasen camino, pues estos se manifestaron temerosos de la ira del dios trueno. Por lo que no le quedó más remedio que volver a Vanavara. El 30 de abril, tras contratar nuevos guías, volvieron a partir, pero esta vez hicieron en trineo el camino hasta el rio Chambre y allí construyeron balsas para acercarse por agua, por un camino que tampoco era fácil, lo más posible hacia el área del impacto. Cuando no pudieron avanzar más por el cauce, cargados de material, caminaron hasta llegar el 20 de mayo a la zona devastada. Durante una semana más, se abrieron paso, prácticamente a hachazos por entre los árboles derribados hasta que finalmente establecieron el campamento en un valle cercano a la desembocadura del rio Churgima. Tiempo después, ya empezado Junio, haciendo exploraciones diarias, en el entorno de lo que los guías denominaban "el pantano sur" se percató de que en una zona del mismo, los troncos no se encontraban derribados, sino que se mantenían de pie. Igualmente quemados y desramados, pero erguidos. Haciendo honor a la similitud, esta zona del pantano se bautizó como "Bosque de postes de telégrafo" Kulik no consiguió encontrar el gran cráter que supuestamente cabría esperar de una explosión de esa envergadura. La tierra y el fango parecían haber sido empujadas en ondas, como si fuesen olas, y en algunos espacios se veían extraños "agujeros planos" de varios metros de diámetro y profundidad. Estos finalmente fueron explicados con el derretimiento de los hielos del permafrost y el hundimiento del terreno. También revisó algunas grietas pero nada similar a lo que cabría esperar de un impacto de meteorito capaz de crear semejante destrucción. Intento entonces teorizar con que el efecto del pantano había sido absorber los fragmentos del meteorito que se hallarían bajo tierra, aunque esto no tenía mucho que ver con los impactos meteóricos conocidos. La pequeña expedición no llevaba equipos de perforación, y ante la escasez de alimentos y la llegada del deshielo total del verano, emprendieron el regreso hacia Vanavara, llegando tan al límite, que en alguna ocasión, sobre todo al final del camino, casi sucumben a la tentación de sacrificar uno de los caballos para alimentarse. Eran los últimos días de Junio de 1927 El regreso de Kulik con pruebas del impacto despertó gran interés en los círculos científicos de la época, pues muchos calificaban la expedición como una pérdida de tiempo a la caza de leyendas o incluso una misión suicida en la que dejar la salud o la vida. La misteriosa explosión saltó a las principales revistas científicas, las de astronomía, y al Times de Londres y el New York Times. A medida que se daba difusión internacional al suceso, iban revisándose los registros sismográficos y meteorológicos de 1908, y aquellas extrañas lecturas empezaban a tener sentido. Durante varios años se realizaron nuevas expediciones a la zona, lideradas por Kulik. En la siguiente se tomaron lecturas magnéticas que no desvelaron la presencia en principio de meteoritos enterrados. Y la de 1929, mejor equipada, permaneció 18 meses en la zona, realizando prospecciones hasta a 30 metros de profundidad, sin poder demostrar la teoría de los meteoritos enterrados de Kulik. Ya a principios de los años 30, dos reputados astrónomos, el inglés Francis John Welsh Whipple, y el ruso I. S. Astapovic, llegaron por caminos diferentes a la misma conclusión, y surgía la segunda hipótesis sobre el evento de Tunguska. El meteorito no era tal, sino un cometa gaseoso que al momento del impacto se había desintegrado sin provocar cráter. Los cometas suelen consistir en un núcleo de hielo, metano y amoniaco, polvo, hierro,… Y cuando pasan cerca del sol en su órbita, parte de los materiales que componen ese núcleo, se subliman. Es decir, pasan directamente de estado sólido a gaseoso. Estos materiales, gases y polvo, forman la cola del cometa. Si en la teoría del meteorito no cuadraba la inexistencia del cráter, en esta no cuadraba que el cometa no hubiese sido visto en su llegada, más aun, teniendo en cuenta que el tamaño de los cometas suele variar entre 0 y más de 50 km. La última expedición de Kulik a la zona del evento fue en 1939. Se había construido una pequeña pista de aterrizaje cerca de Vanavara, y se aprovechó para realizar fotografías aéreas. Aunque estas se realizaron en verano, con los árboles caducifolios con hoja, y esto no permitía ver perfectamente los árboles arrancados, tuvieron confirmación a vista de pájaro de que en la zona, en la que todo coincidía para ser considerada el epicentro de la explosión no había resto de cráter o impacto. En total, la superficie de Taiga afectada directamente por la explosión era de unos 2000 kilómetros cuadrados, con un cálculo de 80 millones de árboles arrancados. Tras todas estas comprobaciones, Kulik comenzó a elucubrar la teoría de que el objeto que hubiese protagonizado el evento, quizá no había impactado en tierra, sino que había explotado a cierta distancia sobre el suelo. Nuestro aventurero no tuvo mucho más tiempo para profundizar en su hipótesis, pues en 1941, al comienzo de la invasión nazi en Rusia, se unió como voluntario a la Milicia Popular de Moscú. En octubre fue apresado por los alemanes, e internado en un campo de concentración, donde falleció enfermo de fiebres tifoideas el 24 de abril de 1942. Una teoría diferente fue promulgada por Alexander Kazantsev. Este investigador e ingeniero siberiano, que tenía 2 años cuando a más de 2000 km de su casa tuvo lugar la explosión, estudió en Tomsk y en Omsk, ciudades en las que el evento de Tunguska despertaba interés. En agosto de 1954, el mundo tuvo conocimiento de la devastación que podía causar una bomba nuclear cuando la bomba de Hiroshima explotó a 600 metros de altura. Kazantsev fue uno de los científicos rusos que pudieron visitar la zona algún tiempo después de ser bombardeada, y lo que vio rompió todos sus esquemas o aclaró todas sus dudas, según se mire. Todo cuadraba entre las declaraciones de los testigos de Hiroshima y Tunguska. En la ciudad japonesa como en la taiga, había un grupo de árboles, carbonizados, pero aún en pie en medio de toda la desolación que había derribado edificios en Hiroshima y pinos y abedules en Tunguska. Esto tenía sentido. Si la explosión se había producido en lo alto, al recibir la onda justo de arriba hacia abajo los árboles no hubiesen caído. No así los que la hubiesen recibido con cierta inclinación, golpeando al árbol de lado. También coincidían una primera explosión de luz abrasadora seguida de un golpe de aire a alta temperatura, la lluvia negra posterior, la nube en forma de hongo… ¿Pero cómo era explicable una explosión nuclear en Siberia 40 años antes de inventarse la bomba atómica? Kazantsev, que siempre había estado fascinado con Marte, utilizó la revista Vokrug Sveta (Alrededor del mundo) para hacer pública su teoría. Una nave extraterrestre marciana, que se encontraba en la tierra para recoger agua en el lago Baikal, que es la mayor masa de agua dulce del planeta, había sufrido un percance y había explotado sobre la taiga. Sabemos que esta teoría no habría tenido actualmente cabida en ninguna publicación científica de renombre, pero esta revista, como muchas otras en la época mezclaba hechos científicos con ciencia ficción. Además, no hay que olvidar que Kazantsev era un reputado científico y tecnólogo, pero a su vez supo mantener en todo momento el equilibrio entre realidad y ciencia ficción. En su libro "Un visitante del cosmos", su teoría aparece novelada y el protagonista, el científico Krymov, asegura que los marcianos murieron durante el viaje, y su nave, sin control, se quemó al entrar en la atmósfera a alta velocidad, explotando su combustible atómico sobre Siberia. En el entorno científico de la época hubo todo tipo de reacciones ante la teoría. Los que decían que era imposible y se aferraban a la idea del meteorito, y los que opinaban , que con la teoría de Kazantsev las piezas de las consecuencias encajaban. Solo faltaba por cuadrar la existencia de los marcianos, para confirmar el origen de la explosión. Pero bueno, ¡no sería la primera vez que un autor de ciencia ficción se adelantaba a la ciencia ortodoxa! Tras las expediciones a Tunguska entre 1950 y 1960, en las que se analizó profusamente el bosque quemado, Aleksei Vasilevich Zolotov, señaló que las zonas quemadas y sin quemar siguen un patrón que indica que la combustión de los árboles fue causada por la radiación luminosa de la explosión, apreciándose en las zonas de directa exposición, y no en las que se encontraban a la sombra. Esto mismo se pudo apreciar en Hiroshima, donde las personas tenían quemaduras en el lado dirigido hacia el centro de la explosión y no en el que quedaba a su sombra. De hecho, a partir de 1500 metros del lugar en el que cayó la bomba, la propia ropa había servido de escudo contra ese luminoso calor radiante. Y por si fuera poco, se iban añadiendo nuevos ingredientes al cóctel de cosas que explicar. Al observar los árboles que habían quedado en pie, se observaba una importante variación en el crecimiento de los troncos. Los anillos que marcan los años eran hasta 10 veces más gruesos que antes de la explosión. Hubo quien lo relacionó con que tras el desastre, los campos quedaron más despejados, y los árboles disponían de más luz y espacio, mientras que por otro lado, el suelo se benefició con el aporte de nutrientes que supuso los restos en descomposición de los árboles caídos. Pero estudios en la época de Zolotov, hablan de elementos radiactivos como el estroncio 90 en las capas de tronco posteriores a 1908. Hoy en día hay investigaciones sobre el hecho de que en zonas expuestas a la radiación, como Chernóbil, la vegetación presenta una exuberancia y rapidez de crecimiento fuera de lo normal. Zolotov, junto con otros científicos también concluyó en base a sus investigaciones sobre la distribución de las quemaduras en los árboles, que la explosión se había producido a unos 3000 metros de altura. Pero esa conclusión no fue unánime entre todos los científicos: Igor Timofeevich Zotkin y Mikhail Andreevich Tsikulin diseñaron una maqueta a escala de la zona de la explosión, con pequeñas estacas simulando los árboles que se caían a la más suave brisa. Probando con pequeñas explosiones a diferentes alturas, vieron que el patrón de caída de los árboles de la zona del evento se reproducía cuando la explosión se daba con un ángulo respecto al horizonte de entre 27 y 30 grados. Lo cual indicaba una altura de unos 8000 metros. Gari Zenkin, por su parte, situó el centro emisor a 1500 metros al sudeste del supuesto epicentro de la explosión y a una altura de 5000 metros. Evidentemente, al variar según la teoría, si la explosión fue contra la tierra o en altura, y la composición del objeto que causó el desastre, también cambiaban las dimensiones de este, su velocidad y la potencia de la explosión necesaria para causar los estragos. A lo largo de mi recopilación de datos he visto de todo: 5 megatones. 12 megatones, 30, 100, 200,… Unos pocos metros de diámetro, unas decenas de metros, cientos de metros, uno, dos, o varios objetos… y lo mismo con las velocidades. Buscando datos he llegado incluso a leer que la explosión de Tunguska es el sonido más fuerte escuchado en la tierra desde que existe el hombre, con una intensidad de 300 decibelios. Así que entrar en detalles sobre esto podría ser infinito y en realidad improductivo, pues al final sería cuestión de ir ajustando tamaño y masa, aceleración, altura y potencia de la explosión, para que el resultado de la ecuación fuesen los daños que ya conocemos. Si te parece, vamos a aplicar la comparación con un evento posterior que ha sido estudiado con la tecnología de la que se dispone actualmente: El bólido de Cheliábinsk llegó a la tierra el 15 de febrero de 2013 a las 9:20 de la mañana en la zona sur de los Urales. Se le estima un tamaño de 17x15 metros, con una masa de 10.000 toneladas al entrar en la atmósfera con una velocidad de 18.6 Km/s, lo que significa la friolera de 64.800 Km/h. De desintegró a los 32.5 segundos de entrar en la atmósfera terrestre a unos 20.000 metros de altura, generando una explosión de 500 kilotones, que es medio megatón. El equivalente a 30 veces la bomba de Hiroshima. Pese a no ser muy grande, explotar a gran altura, y provocar menos extensión de daños que el evento de Tunguska, unas 6 toneladas de material del bólido alcanzaron el suelo, incluyendo un fragmento de 650 kilogramos. ¿Es extrapolable el bólido de Cheliábinsk a lo que ocurrió en Tunguska? Hasta ahora, si no recuerdo mal, hemos barajado la posibilidad del meteorito, la del cometa, y la hipótesis de la explosión nuclear de una nave espacial en apuros. Pero no creas que todo termina aquí. Las teorías más o menos científicas y más o menos probables han continuado surgiendo. Algunas nuevas, otras mezclando las anteriores, y otras simplemente puliendo posibilidades anteriormente estudiadas. En 1991, por primera vez una expedición extranjera pisó de manera oficial la zona del evento. Se trató de un grupo de investigación de la Universidad italiana de Bolonia, liderados por el físico Giuseppe Longo. Su hipótesis de trabajo era que un meteorito o un cometa, no lo tenían claro, había explotado en el cielo, y su desintegración en la atmósfera explicaba la ausencia de un gran cráter, pero no totalmente la de residuos, que buscaron durante tiempo. Sí que se encontraron materiales microscópicos compatibles con origen meteorítico, pero ninguna prueba realmente irrefutable. Ya en 2007, los italianos plantearon la posibilidad de que el lago Chetco, del que no había informes de su existencia hasta las primeras expediciones, podía haber sido creado por el impacto de uno de esos fragmentos de meteorito, pues además, a diferencia del resto de lagos de la zona, tenía forma de embudo, era casi redondo, y las lecturas indicaban sedimentos en el fondo. Los rusos, en 2017 , indicaron que la no mención de un lago en una zona apenas cartografiada, no significaba que ese lago no existiese previamente. Además, afirmaron haber estudiado los sedimentos en el fondo del Chetco, y estos tenían una antigüedad de por lo menos tres siglos, aunque podía ser mucho mayor. La expedición de la Universidad de Boloña también estudió la conocida como "Piedra de John" En 1972, el investigador John Anfinogenov encontró una curiosa roca en el entono de la explosión. Mide dos metros de largo, por metro y medio de ancho y un metro de alto, y su peso se estima en 10 toneladas.